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domingo, 19 de diciembre de 2010

Lunes.


7.00 horas de la mañana.
Suena el despertador, una música arrolladora retumba en tus oídos. La apagas rápidamente para que deje de sonar ese ruido estruendoso. Estiras los brazos y te quedas observando el techo que hay sobre ti. Te quedas un rato así, quieto, inmovilizado por la melodía de la canción que escuchaste la noche anterior tras un gran baile. Te destapas y tiras la manta velozmente, tanto que acabas por tirarla al suelo. Te restriegas los ojos. Después de esto te levantas y recoges la manta que está ahora mismo arrugada en el suelo. La colocas sobre la cama. Estiras las sábanas, la manta y finalmente colocas los cojines y adornos que suele haber sobre ella. Vas al baño aún dormido y te enjuagas la cara con agua para ver si así consigues despertarte algo. Levantas la cara hacia el espejo y te quedas mirando tu rostro hasta encontrar esas pequeñas bolsas que se forman bajo los ojos tras una larga noche. Respiras hondo y vuelves a la habitación. Una vez allí coges lo primero que encuentras en el armario y te vistes. Acto seguido coges tus cosas. Vas a la cocina. Coges el tazón más grande que hay en ella, los cereales que tanto te gustan y un zumo bien fresquito recién sacado de la nevera. Desayunas mientras oyes las noticias o disfrutas de aquellas series que siempre veías de pequeño. Apagas la tele porque se hace tarde. Te diriges al baño con rapidez y te acicalas (limpiarte los dientes,peinarte,lavarte las manos, etc...) Coges tus cosas de nuevo y corres hacia la entrada, nada más cerrar la puerta tras de ti crees haber olvidado algo, pero antes de nada miras en la mochila y sí, ahí está. Dejas la mochila en el suelo del coche, te sientas y echas la cabeza en el sillón en gesto de cansancio y últimamente piensas: Un nuevo día, ¡allá voy!

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